martes, 31 de enero de 2012

El principio del fin.



   Nunca he sido lo suficientemente paciente como para narrar historias y menos aún si tratan sobre mí. Pero si no lo intentas nunca sabrás de qué eres capaz, así que allá voy.
   Mi nombre es Ánclar Lerock y este relato trata de mi muerte como humana y nacimiento como vampira.
   Nací en una gran ciudad, entre la más podrida de las miserias. Mi padre fue un maltratador y un borracho que satisfacía su impotencia golpeándome a mí o a mi inocente madre. Ella era una mujer hermosa de cabello negro y ojos verdes y azules. Recuerdo bien el dulce aroma que desprendía su pálida piel en aquel último abrazo que me dio. Me dijo “Esto lo hago por ti, sobrevive como puedas y se tú misma. Pero ante todo, no tengas miedo a nada. Se valiente y lucha”.
   Tras estas confusas palabras se marchó, asesinó a mi padre y después se suicidó. Yo apenas tenía 9 años, pero por suerte mi corta vida me había enseñado un par de trucos, como por ejemplo el robar.
   Pasé los siguientes años malviviendo de lo que conseguía robar en los mercados, hasta los 19 años, cuando pedí un trabajo honrado a un conocido. Me gané la comida como juglar, cantando en la taberna de aquel hombre que me había visto crecer y robar a sus clientes una y otra vez. El acto de cantar me apasionaba y sabía rimar los versos con facilidad.
   Fue una fresca noche de primavera cuando mi vida comenzó a cambiar. Yo cantaba en la taberna una historia sobre un ser inmortal, cuado él entró, acompañado por cinco hombres encapuchados. Nada más entrar, un silencio sepulcral reinó, interrumpido únicamente por mis palabras.
   -“Son sus ojos color miel, lo que elimina el veneno de mi blanca piel…”- decía mi cantar. Nuestras miradas se cruzaron y el aliento se perdió en mi interior. Sus ojos eran grandes y dulces, del mismo color que el que describían mis palabras. Tomé aliento dispuesta a continuar mi canción, pero fui incapaz. Aquel hombre sonrió  con sus finos labios rosados y alzó sus manos aplaudiendo, como dando fin a mi canción y ahorrando rubor de mis mejillas.
   El público lo imitó con locura y énfasis, como nunca habían hecho. No podía moverme, estaba paralizada por una extraña sensación. Mis piernas temblaban y apenas conseguían sostenerme, así que bajé de la barra y me escabullí hasta la cocina con el corazón terriblemente acelerado. No comprendía que me había causado tal sentimiento.
   La puerta de madera de la cocina se abrió con suavidad y entró el dueño de aquel local:
   -¿Estás bien?- me limité a asentir con la cabeza-. Ánclar alguien desea conocerte.
   -¿Es necesario?
   -Sí, no seas tozuda.
   -Espero que te haya pagado bien- le dije burlonamente, mientras la puerta se abría. Apareció aquel hombre, en apariencia noble, con su piel palidísima  y su largo pelo oscuro. Comencé a notar el corazón en la garganta. Me fijé en sus largas pestañas y en la marcada definición de sus facciones. Hizo pasear sus largos dedos por el recto tabique de su nariz puntiaguda, sin dejar de sonreírme.
   -Buenas noches, mi lady- dijo con su voz suave-. Permítame invitaros a un trago de vino- hizo un gesto al tabernero que no tardó en colocar dos grandes copas de vino especiado ante nosotros -. Desaparece- le ordenó. El otro obedeció presto, con una reverencia marcada por la hipocresía.-  Llámame Éolesh, encantadora.
   -Vos podéis nombrarme como Ánclar más que con vuestras inciertas ternezas- le respondí antes de tomar un trago de aquel delicioso vino que tan pocas veces había podido catar. Éolesh rió pícaramente.
   -Sois osada, querida, y cantáis como un ángel en las manos de Dios.
   -¿Eso creéis?  Es un pensamiento interesante.
   -Gracias. Vuestra historia me ha llamado la atención. ¿Dónde la aprendisteis?
   -Mi madre escribía historias.
   -Al entrar, pensé que hablabas de mí, lo cual hizo me sintiera tan alagado, que incluso os perdono que no terminarais vuestra canción- apenas escuchaba sus palabras. Sus dulces ojos caramelizados me encandilaban.
   Éolesh cogió mis manos, mirándome largamente en silencio. Sus manos eran frías, pero los dulces movimientos de sus dedos sobre mi piel me erizaban hasta los pelos de la nuca.
   -Ven conmigo.
   -¿A dónde?- le pregunté apurando la jarra de vino especiado.
   -A cualquier lugar. Deseo ver las estrellas reflejadas en tus exóticas pupilas.
   -Preciosas palabras- Éolesh  me sacó de aquella cocina, sin soltar mi mano. Se disculpó un momento, se colocó una elegante capa negra y dirigió unas palabras a sus compañeros. Volvió conmigo y salimos de aquel antro-. ¿Quiénes son aquellos que te acompañan?
   -Son… mis compañeros. Estudiamos juntos.
   -¿Estudiar? Siempre he querido descubrir el mundo de la música.
   Llegamos a la plaza del pueblo, que solitaria, era iluminada por la luna llena. Éolesh me miró a los ojos, mordiéndose el labio, mientras acariciaba mi pelo y mi rostro tiernamente.
   -¿Quién sois, hermosa dama? No parecéis de este mundo.
   -Ánclar…- respondí-.  No comprendo vuestra pregunta.
   -No importa… Disfrutemos de las estrellas.
   Continuamos nuestro extraño camino. Éolesh relató algunos de sus viajes y pasó su mano por mi cintura. Normalmente, no soportaba que los hombres me rozaran, pero esa vez fue diferente. Hasta lo deseaba.
   Me cedió su capa cuando mis dientes empezaron a castañear y me dijo con ternura que esa noche iba a cambiar mi vida.
   -Permíteme llamarte “mi princesa”- susurró a mi oído, antes de depositar un frío beso en la comisura de mis labios.
   No me esperaba aquella acción y estuve a punto de escupir el corazón de lo rápido y fuerte que latía. Estábamos en las afueras de la ciudad, sentados en la mullida y húmeda hierba. Intenté asimilar aquel gesto, pero mi cuerpo no hacía más que temblar.
   Éolesh esperaba alguna reacción, inmóvil, con su lasciva mirada fija en mis labios  y sus suaves caricias recordando la forma de mi delgado cuerpo.
   -Ánclar, dulce princesa de la noche y reina de mi frágil corazón…- susurró al ver que seguía impactada-. Perdóname, no puedo evitarlo. Te quiero para mí. Quiero que seas mía. Serás poderosa… muy poderosa y juntos seremos invencibles. Jamás te faltará de nada.
   Sin esperar respuesta, besó de nuevo mis labios con avidez y pasión. Intenté resistirme, pero Éolesh aprisionó mi cuerpo con el suyo contra la hierba con muchísima fuerza. Sus caricias se volvieron más seductoras e íntimas, por lo que tardé poco en rendirme y dejarme llevar.
   Cuando la excitación estaba casi en su cúspide, haciendo temblar violentamente nuestros cuerpos, Éolesh se alejó de mis labios pasando su lengua por mi barbilla hasta llegar a la garganta. Un brutal escalofrío recorrió mi espalda mientras sentí cómo sus colmillos desgarraban mi piel. Grité al percibir que succionaba la herida.
   La calidez desaparecía de mi cuerpo lentamente y a cada segundo estaba más débil. Era una sensación horrorosa, pero a la vez placentera e incluso dulce. Las fuerzas me abandonaban poco a poco y viendo ya a la Parca venir hacia mí, susurré con esfuerzo para mí misma:
   -Hermosa forma para que todo acabe…
   -No, amor- dijo Éolesh jadeante con los labios manchados de sangre-. Esto es únicamente el principio para ti.
   Volvió a besarme y noté la cálida sangre volver a mí. Esta vez fue más dulce y delicado. Cuando se alejó sentí sed y una horrible sensación de angustia.
   -Duerme, mi amor…- me dijo, mientas alzaba mi cuerpo con sus brazos-. Pronto amanecerá. Ese malestar habrá pasado para cuando te despiertes…
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   Desperté en un lugar desconocido y muy cómodo. Se trataba de una cama de dosel, con sábanas rojas como la sangre y las cortinas echadas del mismo color. Me encontraba muy débil.  Suspiré mientras acariciaba mi piel helada, que se había vuelto algo más pálida. Estaba desnuda y confundida.
   Recordé asustada lo de la noche anterior. Deseé que fuera un sueño y nada más. Vi unas ropas a los pies de la cama y me acerqué para examinarlas. Se trataba de un corsé, un jubón y una falda de color negro. Me vestí con ellas, poniendo especial atención en el corsé. No había terminado de ajustar aquella prenda cuando alguien llamó a la puerta.
   -Ánclar… Soy Éolesh- oí una puerta cerrarse. Volví a refugiarme entre las sábanas. “Ha sido un sueño” me repetía nerviosa-. Amor, no temas- se abrieron las cortinas del lado izquierdo y apareció su rostro pálido sonriente. Se recostó a mi lado y me besó tiernamente-. Querida, perdóname. Te convertí de forma impulsiva. Quería tenerte siempre conmigo.
   -Convertirme… ¿En qué?- le pregunté.
   -En vampira… del Clan Tremeré, para ser exactos. Te enseñaré los secretos de la magia que conozco y aprenderás más cosas de las que yo sé. Aprenderás a utilizar el Áupex, que sirve para conocer los sentimientos de la materia, la Dominación, para controlar a tus enemigos y amigos, y la Taumaturgia, en la senda del Rego Ígnem… Que te enseñará a hacer arder hasta el aire.
   -No entiendo nada…
   -Poco a poco, cielo. Sólo existe un pequeño problema. He de entregarte a los Siete Príncipes Tremeres para vincularte a ellos y nunca puedas desobedecerlos. Aunque ahora están demasiado ocupados. He de entrenarte para la lucha, pues nos enfrentaremos a ciertos seres molestos…- me besó larga y lentamente, acariciándome el rostro.
   -Éolesh…- intenté decirle algo separándome de él, pero me interrumpió.
   -Ánclar, tesoro, no pienses en eso ahora. Sólo necesitas saber unas cosas… Eres inmortal y vivirás eternamente a mi lado. Eres una Tremere, y debes estar orgullosa, digan lo que digan otros vástagos. Y por último, debes saber que te amo con locura. Llevo demasiadas décadas buscando a alguien como tú… Pronto nos traerán a dos humanos para que nos alimentemos, así que descansa.
   Cerré los ojos de nuevo y él me abrazó. Su piel estaba tan helada como la mía… Pero me sentía tranquila al menos.
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   Casi un año después de mi transformación se había preparado una fiesta para presumir de novicios. Yo era la única de todos aquellos que no había bebido la sangre de los Siete, lo cual estaba prohibido, pero Éolesh deseaba presumir de su vástago. Decía que mis progresos eran impresionantes.
   Iba vestida con un hermoso corsé negro con hilados verdes, la larga falda negra y una elegantísima capa del mismo color que añadía sofisticación. Para aquel entonces me sentía muy confundida respecto a mis sentimientos hacia Éolesh.
   Lo amaba pero también lo odiaba por haberme arrebatado aquella vida. Echaba de menos cantar en aquella taberna, aunque mi vida no fuera nada lujosa. Extrañaba también cosas más simples, como sentir el cálido roce del sol sobre mi piel, y el sabor de algunas bebidas y alimentos que ya no podría volver a tomar.
   Cada noche, después del intensivo estudio, cuando faltaba poco para el letargo antes de que el sol apareciera, Éolesh me abrazaba y susurraba unas cálidas palabras o una pasional poesía para hacerme sonreír, pero mi último pensamiento era hacerlo arder con la Taumaturgia…
   Volviendo a la fiesta. Había humanos narcotizados por doquier, que se prestaban a ser mordidos aquí y allá. Cuando alguno caía desangrado algún criado lo alejaba de allí con premura. Éolesh me presentó a más personas de las que podía recordar y todos lo felicitaban.
   Llegó el momento de la verdad, el Concurso de Talentos Taumatúrgicos Ígnem,  como algunos invitados lo habían denominado. Yo estaba muy nerviosa, pues había demasiados vampiros escrutando cada uno de mis movimientos. Quizás nerviosa no sea la palabra… Estaba asustada. Tenía miedo de todo aquello.
   El concurso empezó bien. Todos mostraban sus mejores armas. Uno de aquellos vástagos hizo arder el aire creando la fisionomía de un dragón japonés, realmente bello. Lentamente se acercaba mi turno para exhibirme. Estaba temblando y Éolesh me apoyaba en la distancia con dulces sonrisas.
   Llegó mi turno. Di un paso al frente con indecisión y concentré la sangre, que es la fuente de toda energía vampírica, en mis dedos. Respiré varias veces. Hice surgir a un fénix de la nada, que dio un par de vueltas por la sala, hasta que estalló dulcemente convirtiéndose en un revoltijo de mariposas ígneas.
   El público aplaudió asombrado, pero mi número no había acabado. Las mariposas volvieron a reunirse formando el seductor cuerpo de una mujer que danzaba en el aire. Aquellos Tremeres aplaudieron  encantados, pero entonces… Digamos que todo se me fue de las manos. Aún quedaba el final de aquel espectáculo y escuché a Éolesh:
   -¡Así se hace, mi vida!
   “Mi vida…” esas palabras me sacaron de mis casillas y un ciego odio inundó todo mi ser. Cerré los ojos con rabia. Había perdido la concentración y no era consciente de hasta que punto. Cuando volví a abrir los ojos una enorme bola de fuego se alzaba a modo de sol en el centro de la sala.
   -¡Adelante cielo!- le escuché decir-. ¡Te quiero, Ánclar, mi ser inmortal!
   Fue más de lo que pude soportar. Grité y la rabia hizo estallar aquella imponente bola de fuego esparciéndose por toda la sala. Sentí las llamas lamer mi piel. En la Taumaturgia Rego Ígnem, el fuego que es creado por ti no te daña, pero sí a los demás.
   Cuando la explosión amainó vi que todos los vástagos que habían estado a mí alrededor habían desaparecido y que el resto de Tremeres estaban tirados por el suelo casi inmóviles. Acongojada huí de aquel lugar.
   Meses después me enteré de que Éolesh seguía con vida y que me buscaba para acabar conmigo. Por lo que, desde entonces, huyo de él y de sus compañeros, desoyendo las palabras de mi querida madre…

“Se tú misma. Pero ante todo,
no tengas miedo a nada. Se valiente y lucha”

Ͼ… Fin …Ͽ