lunes, 17 de septiembre de 2012

Oda Al Salvador

   Bendita mi locura y bendita mi suerte. Bendito todo aquello que antes fue maldito. Aquello por lo que día y noche lloraba ya ha muerto. Esa soledad aplastante que no me dejaba respirar.
   Aire nuevo entra en mis pulmones putrefactos, revitalizando a una hoja que, desnuda, se consumía en mi interior. Sangre fresca mancha mis labios otra vez, llenándome de caricias, besos y abrazos. Las cadenas que se clavaban alrededor de mi cuerpo se derriten con el frío de mi piel.
   El viento me susurra palabras que creía extintas. Palabras que jamás pensé volver a gritar y ahora no puedo dejar de repetirlas. El cielo nocturno me dibuja sus ojos con estrellas verdosas, azuladas y níveas. Y las nubes me perfilan su sonrisa...
   La oscuridad se dispersa y una suave luz penetra entre las grietas del cristal de barro que me guarda. Aunque esas grietas se hacen más grandes por el daño que causa la falta de su voz. Pero no importa. La espera merece la pena y la distancia se me hace corta.
   Cada noche aparece en mi cama dormido a mi lado. Y de madrugada, cuando despierto, siento su calor y escucho su  respiración en mi oreja, mientras se eriza la piel de todo mi cuerpo.