domingo, 25 de septiembre de 2011

El frío día de Verano


   Qué gratificante resulta sentir ese helor surcando mi piel ardiente y oír cómo la lluvia la golpea y se desliza por ella hasta caer al suelo desde mis dedos.
   Imagina cuán hermoso es verla caer ante tus ojos, como débiles estelas plateadas y frías, capaces de calmar mi alma inquieta. Sentir cada gota resbalar por tu rostro, jugar con tus párpados y burlarse de tus labios.
   Y esa sensación rara y agradable que produce al empapar mi ropa, mientras cae simulando ser hielo líquido entre mis pechos, para volver a perderse. Cuando riegan agresivamente mis piernas desnudas, resbalando y empapando mis pies a cada paso.
   Así notas el cabello pesado y lo observas de reojo viendo nacer y morir las suaves gotas de nervioso cristal.
   Hasta que ese fragor te reclama. Ese sonido que tanto te acongoja el alma. Un ruido que te pierde y abandona. Atronador, molesto y fugaz… Terrorífico…
   El estruendoso sonido de tu propia voz susurrando tu nombre en un alarde demente y poco juicioso

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